MUNDO SENSORIAL HUMANO 3ª parte: Ser vistos #8

Autor: Jacob García de Rueda

El Dr. Claudio Naranjo afirma que más allá de los muchos «yoes» que piensan, sienten o hacen tal o cual cosa, en el centro de la persona hay un yo tan vacío como un espejo que no hace nada más que mirar.

Necesitamos desarrollar esa presencia interior: como la facultad de estar en la cumbre de una montaña y ver integradamente todo lo que pasa en torno a nosotros, más allá de los contenidos.

La atención es de naturaleza esencialmente transpersonal, porque no es una función del carácter, sino que está en el centro de nuestro ser.

La buena noticia es que la atención ordinaria es el hilo que tenemos para llegar a la Gran Consciencia que intuimos como nuestro potencial.

Una historia sufí relata que un derviche quería agradecerle a una mujer la generosidad que le había demostrado y le propuso conducir a su hijo hasta una cueva llena de tesoros. Una vez allí, le el derviche le dijo al muchacho: «Cuando bajes por donde te indicaré, toma un candelabro de hierro que verás allí y tráemelo». El joven bajó y quedó deslumbrado ante los cofres de perlas, las esmeraldas y otras joyas, con las que se llenó los bolsillos. A punto estuvo de olvidarse del candelabro, pero en el último momento lo cogió. Cuando el joven salió de la cueva, resultó que el único objeto que no desapareció fue el candelabro.

Así ocurre también en nuestro camino interior: la atención no parece nada especial, es como ese candelabro de hierro, muy cotidiana. En el mundo del Zen se dice que la mente iluminada es como la mente ordinaria: está siempre presente, lo que ocurre es que no la hemos conocido íntimamente.

Estamos buscando lo extraordinario y pasando por alto esa luz que nos permite ver todas las cosas. Pero si cultivamos la atención a nuestra experiencia desde una actitud neutra, desinteresada, empiezan a llegarnos tesoros. Puede que encontremos también las esmeraldas y las perlas del mundo interior: lo visionario, las intuiciones.

Pero si nos apegamos a esos frutos de nuestro esfuerzo de autoconocimiento, muy fácilmente nos olvidaremos del candelabro de hierro: un objeto aparentemente insignificante, ya que ni siquiera es la luz, sino el lugar en que se deposita la luz.

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