Expolorando los límites de la masculinidad

Escrito por DANAAN PARRY

Ex-ingeniero atómico, psicólogo clínico, mediador en conflictos internacionales (Pakistán, Irlanda, Rusia, Centro América y Oriente Medio)

Danaan Parry abandonó en 1971 su prestigioso puesto en la Comisión de Energía Atómica. En 1974 terminó la carrera de psicólogo clínico. Después de trabajar con la Madre Teresa en Bombay, su necesidad de hacer que la espiritualidad «bajara de la montaña» resultó en la creación de la Red de Asistentes de la Tierra, una red internacional de personas comprometidas con la tarea de realizar un cambio positivo en sus vidas y en el mundo.

Danaan es conocido en todo el mundo por su habilidad en conseguir que culturas que tienen conflictos entre sí se aúnen para sanar sus diferencias y se hagan amigas durante el proceso. Su trabajo con musulmanes y cristianos en Pakistán y con el IRA en Belfast, y sus programas de Diplomacia Ciudadana en Rusia, Centro América y Oriente Medio han ayudado a miles de personas a conectar con los lazos de humanidad que nos vinculan y que subyacen tras el miedo hacia el «otro».

Sus talleres de «Guerreros del Corazón» enseñan a individuos de todo el mundo maneras de afrontar creativamente los conflictos en vez de evitarlos, demostrando que todo lo que ocurre tiene, de algún modo, un significado.
Danaan Parry es autor de “Guerreros del Corazón” y “El libro esenio de las meditaciones y bendiciones”

Puedo ver a Andy a través del fuego. Está saltando rítmicamente sobre un pie y sobre el otro, siguiendo quizá algún antiguo ritmo dentro de él. Las llamas de nuestra fogata de madera se levantan 9 metros en el aire y estoy empezando a sentir esa sensación de nuevo. Es la misma que siento cada vez que me acurruco alrededor de una fogata y un lado de mi cuerpo arde de calor y el otro lado está muy frío. De repente ya no estoy en este momento, en este lugar. Estoy en otro lugar, en algún lugar antiguo y estoy desnudo y mis músculos y tendones resuenan con alguna energía primitiva y soy el hombre en los albores de… No sé bien de qué. Me pierdo en ese punto, como si no debiera recordarlo. ¡Aún no!

Y aquí estamos, Andy y yo y Bob y media docena más de hombres. Es el equinoccio de primavera y nos hemos reunido para pasar la noche en la playa. Otro grupo, todas mujeres, han elegido pasar la noche en la cresta de la montaña. Por separado, evocaremos las energías de nuestro género: intentaremos cada uno abrirnos a lo nuestro, hermano a hermano, hermana a hermana, más allá de los roles y juegos y expectativas. Lo intentaremos. Usaremos el ritual, la danza, la historia y todo lo que podamos, para explorar quién es este ser, el hombre; quién es este ser, la mujer. Y ya hemos decidido qué hacer por la mañana. Tenemos un acuerdo: nosotros los hombres, iremos a una pradera entre la orilla del océano y la cresta de la montaña. Las mujeres también vendrán. Nos reuniremos y veremos qué pasa. Lo intentaremos.

Pero ahora es medianoche o la una o las dos de la madrugada y mis hermanos y yo tenemos calor por un lado y frío por el otro. Soy yo y no soy yo; soy muy nuevo y muy viejo y con todo esto sé que soy un hombre. Esta sensación de estar aquí, con estos hombres, de esta manera, es tan increíblemente buena, tan increíblemente justa…

Más tarde, al volver a hablarme del arquetipo masculino del «hombre salvaje», el poeta Robert Bly me proporcionaría un encuadre para estos sentimientos. Este aspecto del ser masculino es una fuente profunda y subconsciente de energía primaria que, según Bly, ha sido ignorada por los hombres, en nuestro deseo de integrar en nuestras personas los aspectos femeninos más suaves e intuitivos. Ciertamente, los comportamientos machistas y hostiles de la mayoría de los estereotipos culturales masculinos actuales necesitan ser equilibrados. Esto puede hacerse y lo están haciendo de muchas maneras los hombres que están permitiendo que los aspectos femeninos (que cada uno de nosotros hombres lleva dentro de sí) emerjan y enriquezcan sus vidas. Sin embargo, debajo de este equilibrio exterior masculino/femenino, se encuentra una fuente de energía más primaria que debe expresarse para experimentar la integridad. Bly llama a esto el «hombre salvaje» que hay dentro de los hombres.

Por ahora, sin embargo, sólo existe el calor del fuego y de mis hermanos y con eso me basta. Me siento pleno de una manera en que no lo he estado durante mucho, mucho tiempo.

Ahora el sol muestra su primer resplandor sobre la cresta de la montaña y Andy me está empujando hacia la orilla del agua. Y ahora estamos desnudos y corriendo a través del océano, surfeando y gritando. Dios, me encanta gritar. Quiero decir, gritar de verdad. Me estoy congelando. El océano Pacífico de marzo se desliza contra mis genitales y el sol de la mañana se abre paso por la cresta de la montaña, a través de la laguna y se derrama sobre mi cuerpo tembloroso. Del ombligo hacia arriba, estoy dorado y caliente, del ombligo hacia abajo estoy verde mar y frío. Y ese antiguo sentimiento está conmigo otra vez.

Desde algún lugar en mi interior, desde un lugar tan profundo que no sabía que existía en mí, sale otro grito. No de mi garganta, mi voz, mis pulmones, sino de mi vientre, de alguna oscura y profunda cueva en mis entrañas. El grito explota desde mi ser, un orgasmo de emoción. ¡Puede que lo hayas oído! Era así de fuerte, así de poderoso. Mis hermanos se quedaron congelados, contemplándome. Entonces, sus gritos se hicieron eco de los míos mientras bañábamos la playa de alegría. Jugueteamos. ¿Alguna vez has visto a hombres adultos retozando? Pensé que mi corazón iba a estallar.

Y entonces, la conciencia de lo que había sucedido se hizo presente en mí. Allí, en este agua helada, por primera vez en mi vida, me sentí hombre y no sentí vergüenza por ello. Sí, durante toda mi vida, en algún nivel justo por debajo de mi conciencia, había sentido vergüenza de ser un hombre. ¿Por qué? Tal vez por algunas imágenes de los hombres como seres «violentos», destructivos, que hacen la guerra. No lo sé. Todo lo que sé es que había existido en mí esa incapacidad crónica y de baja intensidad para abrazar plenamente lo que soy. Y ahora se había ido. Purgado. Liberado.

La energía primaria, líquida y agitada que yace en mi masculinidad no es ni buena ni mala, es simplemente energía pura. Mi conciencia es la fuerza que decide cómo se utiliza este vasto almacén de energía primaria. Y puesto que yo y muchos de mis hermanos estamos creciendo en consciencia, nos estamos preparando para ser dueños de nuestro «hombre salvaje». Estamos comenzando a honrar la poderosa espada interior de acción creativa que es nuestra forma de manifestar la Luz en forma física.

Por primera vez en toda la noche, nosotros hermanos compartimos palabras, hablamos con entusiasmo de nuestro miedo, vergüenza y confusión. De las relaciones que «se suponía» que nos traerían felicidad, del éxito que nos prometieron nos traería satisfacción. Y ahora nosotros hombres, estamos aquí, comprometiéndonos a usar nuestra fuerza, nuestra voluntad, nuestro poder para crear y no destruir, para amar y no temer, para aportar todo lo que la energía del hombre puede contribuir a crear un futuro lleno de paz para nuestro mundo.

Somos hacedores, y estamos aprendiendo a dirigir nuestra energía hacedora en forma de servicio e integridad. Gandhi, Martin Luther King y Anwar Sadat son ejemplos brillantes de hombres que se han apropiado de su espada interior.

Era hora de acudir a la pradera. Las mujeres estarían allí. Tal vez encontraríamos allí algo de claridad sobre el siguiente paso a dar. En nuestro círculo, antes de abandonar la playa, hablamos de lo difícil que nos resultaba salir y abandonar esta unión que habíamos experimentado más allá del ego. Y compartimos lo importante que iba a ser mantener nuestros compromisos. Y así caminamos juntos hacia la pradera.

Pudimos ver a las mujeres bajando por el sendero de la montaña. Me venían imágenes de abrazos cálidos y olores suaves. Pero al acercarnos a las mujeres, noté que mi cuerpo comenzaba a cerrarse, sólo un poco. Mis hombros se encorvaban hacia adelante, sólo un poco. Mis caderas, que se balanceaban libremente, se volvían un poco más controladas, más correctas. Otros notaron sus respuestas corporales también. Estábamos regresando.

Ahora estábamos juntos, hombres y mujeres, personas que se preocupan profundamente las unas de las otras. Nos mirábamos, sin decir nada. Durante mucho tiempo. Una de las mujeres rompió el difícil silencio y dijo, «Todavía no».

Todos sabíamos lo que quería decir. Nos dimos la vuelta y nos fuimos. No pronunciamos más palabras durante muchas horas. Sentimientos de tristeza y rectitud me invadieron. Habíamos tocado algo durante esa noche, algo tan profundo y vital que habría sido imposible para mí, hombre, y para ella, mujer, intentar reunirnos a ese nivel. Por el momento.

Llegará un momento en que hombres y mujeres se unirán a ese nivel. Pero primero los hombres, como hombres, y las mujeres, como mujeres, deben explorar las profundidades, las increíbles profundidades de lo que son. Ellos/nosotros debemos arriesgarnos y abrirnos y explorar y reclamar el poder de la mujer y el poder del hombre que viven en esa cueva en lo profundo de nuestro interior y aún más allá de nosotros mismos. Acabamos de empezar.

Cuando hombres y mujeres hayan hecho ese trabajo y se unan, la co-creación de esa unión nos conducirá de donde estamos a donde estamos destinados a llegar.

Me pregunto, «¿Qué es este poder del hombre, esta manifestación más profunda de quién-soy-yo- como-hombre?». Y las palabras que me vienen son crear, arriesgar, explorar, desafiar, empujar, ir más allá. Y más… con ese viejo, viejo sentimiento en mí que he llegado a asociar, en mi experiencia social, con «meterse en problemas». Hmmmm.

Los problemas de los hombres… Estoy caminando a lo largo de una playa, simplemente relajándome y disfrutando del día. No hay nadie alrededor excepto las gaviotas y tal vez una foca de puerto. Mi coche está en la carretera y entonces comienzo el ascenso a la cima del acantilado por el sendero del Parque Estatal que sube gradualmente y bien dibujado. Pero entonces mi ojo alcanza a ver algunas rocas interesantes a mi izquierda. Creo que podría llegar por allí. Es empinado, sin sendero, con rocas sueltas. ¿Y si me cayera? ¿Por qué arriesgarse? Pero en mí no hay duda. Mis pantalones se ensucian, mi mano se corta, supone una hora más y me encanta. ¿De qué va todo esto?

Estoy conduciendo una motocicleta por la autopista de la costa. La moto está zumbando, cada una de las cientos de pequeñas partes funcionando correctamente en armonía y yo como conductor soy parte de esa armonía. Estoy a cargo de este ensamblaje y al mismo tiempo soy sólo una parte de él, una pieza del todo. ¿Esto es sólo una tontería de macho o realmente experimento una conexión viva con todo esto? Siento un equilibrio entre yo y nosotros; yo y la máquina y el nosotros que emerge de todas las partes, funcionando perfectamente.

Hay una curva que se aproxima. Puedo ver el camino que hay por delante de ella. Si tomo la curva a esta velocidad existe un riesgo. Cinco millas por hora más rápido y sé que perderé. Cinco millas por hora más lento no exige nada de mí, de nosotros. No hay nadie por aquí para demostrar nada. Pero ya sé lo que haré, más allá de las preguntas, más allá del análisis. Empiezo a sentir esa vieja respuesta de mi cuerpo a las glándulas suprarrenales que hacen su trabajo. Puedo sentir mi sistema nervioso parasimpático poniéndose alerta, en modo «todo el mundo a sus puestos». Mi biocomputadora cambia al análisis de datos de alta velocidad: «probabilidad de zona de grava cerca de la curva… probabilidad de error al evaluar el camino despejado… conciencia del grosor de la banda de rodadura del neumático…». Mi visión se detiene, se enfoca, ojos suaves para tomar la gran foto, los músculos alerta y al mismo tiempo relajado. Vamos a entrar. Yo no, nosotros. Cada célula en mí, cada gen, cada perno y pistón.

Y la curva está detrás de nosotros ahora. Nosotros regresa a mí, y mí desarrolla un sudor frío y puedo sentir que mi cerebro izquierdo comienza a hacer preguntas y hacer juicios: «Tú idiota, tú descerebrado, tú macho idiota ¿Por qué haces esas cosas tontas?».

Tal vez porque es una de las pocas maneras en que mi cultura me permite, me permito, dar vida a una antigua necesidad.

Verás, está en la naturaleza de la masculinidad desear y experimentar la intensidad, vivir al límite, correr riesgos y aceptar desafíos. No es todo lo que somos, pero es una parte natural, profunda y maravillosa de lo que somos. Es el «fuego interior» que inyecta nuestras acciones de vida.

He hablado con muchos veteranos de Vietnam, mis hermanos que han experimentado matar y/o morir. Ellos, la mayoría de ellos, sufren. Están perdidos. Y me susurran la terrible conciencia de que en el campo de batalla, enfrentando una muerte probable, se sintieron por primera vez en su vida completamente vivos. Y cada experiencia desde entonces ha tenido un sabor mediocre y sin sentido. ¿Cómo vamos a darle sentido a todo esto? ¡Y sin embargo, debemos hacerlo!

No podemos exigir de forma simplista que los hombres olviden estas tonterías y pensar que con eso bastará. Es mucho más profundo. ¿Crees que no ha habido «movimientos por la paz» durante miles de años? ¿Crees que las mujeres no han estado pidiendo y exigiendo a los hombres durante miles de años que evolucionemos más allá de nuestro comportamiento dominante, opresor y violento? ¿Crees que el simple hecho de convertir nuestras espadas en rejas de arado cambiará algo? ¿Qué haremos con todas esas rejas de arado?

Hay una intensidad en la masculinidad. Tiene que ver con sobrepasar los límites, con probar lo imposible, con arriesgar lo que es por lo que podría ser. Y ha causado muchos problemas. Esta intensidad se manifiesta en formas que nos enfrentan unos a otros, que inflan o desinflan nuestros egos personales y que cosifican lo que sea o a quien sea que se interponga en nuestro camino. Entonces, ¿qué hacer?

En los últimos años, con mayor o menor empeño, hemos tratado de dejar ir estas formas machistas y manipuladoras de expresar nuestra masculinidad. Nosotros, algunos de nosotros, hemos tratado de abrazar esa naturaleza «femenina» más suave, gentil e intuitiva que seguramente vive dentro de cada hombre. Es un movimiento necesario y que vale la pena.

Y ahora, después de algunos años difíciles y maravillosos de explorar mi yin, mi naturaleza receptiva, estoy empezando a escuchar la suave sabiduría de mi voz interior, mi yo intuitivo. Me susurra que mi próximo viaje de conciencia no es hacia la androginia, sino hacia niveles más profundos de masculinidad. Explorar ese ser arriesgado, creativo y apasionado, ese empujador de límites que arde por vivir al 100%, más allá del macho, más allá de cualquier necesidad de demostrar su valor.

No debemos nunca «tapar el volcán» de nuestra intensidad masculina. Debemos desarrollar la claridad y el amor propio para dirigir su asombroso poder hacia el bien. Nuestro mundo pide a gritos que los hombres vayamos más allá de nuestros juegos de roles y más allá de nuestra vergüenza y que desbloqueemos esa profunda masculinidad fértil que vive en nosotros. La humanidad está tan hambrienta de esta energía masculina buena y enraizada como lo está de la querida, profunda y poderosa energía de la mujer. Y la integración de esas fuerzas creativas dará nacimiento a algo muy nuevo, maravilloso.

¡Todavía no, pero pronto!

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